Iglesia Adventista del Séptimo Día

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Los terremotos en la profecia

 

Los terremotos en la profecía: señales del fin 

La tierra ha temblado desde hace miles de años pero con el transcurrir del tiempo, los movimientos sísmicos han incrementado cada vez más su intensidad y su destrucción. No es casualidad. Todo ello estaba descrito en Las Sagradas Escrituras como una de las señales del fin. Bien lo describe la Palabra de Dios en el capítulo 24 de Mateo cuando señala que habrá "..terremotos en diferentes lugares" ( Mateo 24:7)

Los movimientos sísmicos además de obedecer a las leyes de la naturaleza responden también a el cumplimiento de las profecías y de mostrar a un mundo en pecado que necesita de un Salvador y que Cristo está a las puertas. 

Los terremotos además de estar anunciados en La Biblia como una de las evidencias del fin de los tiempos, también están relacionados con el cumplimiento de las profecías, tal cual como creemos los adventistas que fue revelado mediante el Espíritu de Profecía. El terremoto de Lisboa de 1755 es considerado por los adventistas como uno de los mayores movimientos sísmicos predichos en Apocalipsis y en El Espíritu de Profecía para resaltar el comienzo del tiempo del fin. 

En su libro titulado El Conflicto de los Siglos (The Great Controversy- título en inglés) la escritora de origen Norteamericano Elena G. de White comenta que este terremoto sigue al cumplimiento de algunas profecías encontradas en la Biblia y que fueron muy significativas al nacimiento de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; ella relata textualmente así:

Estas señales se vieron antes de principios del siglo XIX. En cumplimiento de esta profecía, en 1755 se sintió el más espantoso terremoto que se haya registrado. Aunque generalmente se lo llama el terremoto de Lisboa, se extendió por la mayor parte de Europa, África y América. Se sintió en Groenlandia en las Antillas, en la isla de Madera, en Noruega, en Suecia, en Gran Bretaña e Irlanda. Abarcó por lo menos diez millones de kilómetros cuadrados. La conmoción fue casi tan violenta en África como en Europa. Gran parte de Argel fue destruida; y a corta distancia de Marruecos, un pueblo de ocho a diez mil habitantes desapareció en el abismo. Una ola formidable barrió las costas de España y África, sumergiendo ciudades y causando inmensa desolación.

No se recuerdan estas fechas en un contexto sensacionalista o alarmista sino como una prueba más de que Dios ha cumplido lo que ha revelado a sus profetas y que algunos acontecimientos son clave para entender que el fin está cerca y que el mundo necesita de un Salvador antes de que sea demasiado tarde.